Según el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-5), elaborado por la American Psychiatric Association, se considera que una persona presenta un trastorno por consumo de alcohol cuando cumple al menos 2 de los 11 criterios diagnósticos durante un periodo de 12 meses. Estos criterios incluyen aspectos como:
Beber más cantidad o durante más tiempo del previsto.
Deseo persistente de dejar de beber sin conseguirlo.
Dedicación de mucho tiempo a obtener, consumir o recuperarse del alcohol.
Deseo intenso o urgencia por consumir.
Incumplimiento de responsabilidades importantes por el consumo.
Continuar bebiendo a pesar de los problemas sociales o interpersonales que causa.
Abandono de actividades significativas.
Consumo en situaciones de riesgo.
Persistencia a pesar del daño físico o psicológico.
Tolerancia (necesidad de más cantidad para obtener el mismo efecto).
Síntomas de abstinencia al dejar de beber.
La gravedad del trastorno se clasifica en leve (2–3 criterios), moderado (4–5) o grave (6 o más). Este enfoque permite entender que no todas las adicciones se presentan de forma extrema o evidente. A veces, el problema se camufla en lo cotidiano, en el “solo bebo los fines de semana” o “puedo dejarlo cuando quiera”.
Y mira que lo intentamos. Pero cuando el control se escapa y el malestar se hace evidente… es momento de mirarlo con honestidad.
Esta clasificación clínica no busca etiquetar, sino ayudar a identificar cuándo el consumo ha dejado de ser una elección libre para convertirse en una necesidad. Porque ahí es donde empieza la pérdida de libertad emocional, física y social.
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